"Dominar la mente no radica en silenciar los pensamientos
sino caminar entre ellos sin ser arrastrado por su corriente."

Alex Rodríguez Guzmán

Alex es un investigador especializado en el estudio del Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), con más de 20 años de análisis científico, vivencial y clínico sobre esta condición. Su trabajo se centra en la comprensión integral del TOC, abordándolo desde una perspectiva neurocientífica, cognitivo-conductual y fenomenológica.

Como parte de su contribución al campo, ha desarrollado el método CRR, un enfoque estructurado y basado en evidencia que permite a los pacientes conocer, racionalizar y redireccionar sus obsesiones y compulsiones, promoviendo un dominio mental efectivo sobre el trastorno. Este método se presenta en su libro: «Dominio mental para el TOC», donde fusiona conocimiento teórico con estrategias prácticas para la recuperación.

Su estilo de escritura está influenciado por la precisión intelectual, combinando un enfoque analítico y reflexivo con una estructura narrativa adaptada al público contemporáneo.

Además de su labor investigativa, Alex posee una profunda conexión con los aspectos filosóficos y metafísicos de la mente humana, integrando en su obra una visión holística del TOC y de la vida.

Últimas publicaciones

El TOC, lejos de ser un simple desorden del pensamiento, es un enigma en el que la mente lucha contra sí misma. Los obsesivos compulsivos se ven atrapados en una dualidad: por un lado, intentan reprimir pensamientos y comportamientos que consideran irracionales; por otro, se ven forzados a repetirlos, en un ciclo que les resulta a la vez doloroso y, en cierto modo, ineludible.
Comprender el TOC requiere también comprender nuestros recuerdos, sueños y fantasías, porque todo está vinculado. Solo tú conoces tu historia, solo tú sabes de dónde viene esa compulsión. La solución y el dominio del TOC reside en ti; es un proceso de autoconocimiento, de aceptación y de redirección. Hay un potencial inmenso en cada uno de nosotros, único, inédito y original, que aún está por descubrirse.
lloro, que el agua es el único testigo de mi desconcierto, pero los ojos, esos traidores, delatan la verdad con su enrojecida transparencia, como una confesión involuntaria de la carne que habito. El espejo es un artificio, un laberinto de mentiras donde me extravío y me encuentro, y aun cuando pretendo creerle, siempre sé que miente. Porque nunca hay un buen mentiroso: el reflejo se traiciona en la leve desviación del gesto, en la duda que asoma en el parpadeo. ¿Quién es ese que me observa con ojos fatigados y un cansancio milenario? Soy yo y no lo soy.
El "síntoma en dos tiempos" se caracteriza por la ejecución de dos actos consecutivos con significados latentes opuestos. En el primer acto, el paciente busca evitar o neutralizar un impulso instintivo que considera inaceptable. Por ejemplo, puede lavarse las manos repetidamente para evitar el deseo sexual de masturbación o, alternativamente, retirar una piedra o un trozo de vidrio del camino como un acto de defensa contra un deseo sádico latente. Este primer acto responde a la necesidad de contener y reprimir un impulso que el sujeto experimenta como amenazante para su identidad moral o ética.
La ansiedad y la depresión, a menudo vistas como enemigos, comparten una relación de amor y odio. En ocasiones, se alimentan mutuamente, creando un ciclo en el que el dolor y la tristeza se convierten en mecanismos de defensa ante lo que la vida nos impone. Esta dualidad se extiende también al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), que orienta y conduce la totalidad del pensamiento y la conducta.
Podría decirse que la tristeza de hoy es una construcción social, que nos hemos vuelto tristes porque el mundo nos obliga a ser fuertes e indestructibles. El hombre moderno —atado a dispositivos que le ordenan responder, producir y avanzar— ha dejado de lado el arte de la reflexión. Los días pasan con la velocidad de una máquina imparable, y el silencio, que antes era refugio, ahora parece una amenaza.

Publicaciones

Tres semanas han pasado y mi ojo sigue teñido de un rojo que no es sino el reflejo de una emoción reprimida. Me pregunto si, en el silencio de mis días, he olvidado el acto ancestral de llorar; si acaso, en un mundo en el que los humanos fuimos diseñados para derramar lágrimas de vez en cuando, mis glándulas lagrimales se han atrofiado por el exceso de silencios.
La ansiedad y la depresión, a menudo vistas como enemigos, comparten una relación de amor y odio. En ocasiones, se alimentan mutuamente, creando un ciclo en el que el dolor y la tristeza se convierten en mecanismos de defensa ante lo que la vida nos impone. Esta dualidad se extiende también al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), que orienta y conduce la totalidad del pensamiento y la conducta.
En definitiva, la Internet de hoy es el Funes de mañana, o quizá el Funes de siempre, esa presencia ineludible que, al almacenar la totalidad de nuestros gestos y palabras, nos obliga a repensar la relación entre el tiempo, la memoria y la identidad. Es un espejo digital en el que se reflejan las paradojas del olvido y la permanencia, una memoria inabarcable que, como la visión borgiana, nos invita a cuestionar la naturaleza misma del ser y del recuerdo.
Y aún más: imagínese poder sustraer la afloración de recuerdos que el alcohol despierta, extirpar la amarga resurrección de los lamentos, suprimir esas memorias que emergen, inoportunas, desde los sótanos de la mente. Conservar únicamente la serenidad, la paz diáfana de la ebriedad, sin el peso de lo que fue ni la sombra de lo que pudo haber sido.
El "síntoma en dos tiempos" se caracteriza por la ejecución de dos actos consecutivos con significados latentes opuestos. En el primer acto, el paciente busca evitar o neutralizar un impulso instintivo que considera inaceptable. Por ejemplo, puede lavarse las manos repetidamente para evitar el deseo sexual de masturbación o, alternativamente, retirar una piedra o un trozo de vidrio del camino como un acto de defensa contra un deseo sádico latente. Este primer acto responde a la necesidad de contener y reprimir un impulso que el sujeto experimenta como amenazante para su identidad moral o ética.
Era una de esas noches frías y taciturnas la irrigación Majes, pedregal en las que la luna se oculta tímida y las estrellas se apartan, dejando al "colono" a merced de la oscuridad.

Literarias

Y aún más: imagínese poder sustraer la afloración de recuerdos que el alcohol despierta, extirpar la amarga resurrección de los lamentos, suprimir esas memorias que emergen, inoportunas, desde los sótanos de la mente. Conservar únicamente la serenidad, la paz diáfana de la ebriedad, sin el peso de lo que fue ni la sombra de lo que pudo haber sido.
Tres semanas han pasado y mi ojo sigue teñido de un rojo que no es sino el reflejo de una emoción reprimida. Me pregunto si, en el silencio de mis días, he olvidado el acto ancestral de llorar; si acaso, en un mundo en el que los humanos fuimos diseñados para derramar lágrimas de vez en cuando, mis glándulas lagrimales se han atrofiado por el exceso de silencios.
Podría decirse que la tristeza de hoy es una construcción social, que nos hemos vuelto tristes porque el mundo nos obliga a ser fuertes e indestructibles. El hombre moderno —atado a dispositivos que le ordenan responder, producir y avanzar— ha dejado de lado el arte de la reflexión. Los días pasan con la velocidad de una máquina imparable, y el silencio, que antes era refugio, ahora parece una amenaza.
Hace cinco días, al enfrentarme al espejo, fui tomado por un horror indescriptible: la imagen reflejada se tornó en un enigma, una máscara de artificial indiferencia. Ante mis ojos, la figura que me devolvía la mirada no era la de aquel que habitaba mis recuerdos, sino la de un extraño, un yo despojado de esencia, una sombra etérea que parecía haber escapado de algún sueño olvidado. Esa fría expresión, ese vacío inerte, se erigía como un presagio lúgubre de la soledad que me consumía.
No buscamos la verdad sino el asombro, y en ese acto de maravilla, lo que llamamos «realidad» se desmorona con la suavidad de un espejo que olvida reflejar.
lloro, que el agua es el único testigo de mi desconcierto, pero los ojos, esos traidores, delatan la verdad con su enrojecida transparencia, como una confesión involuntaria de la carne que habito. El espejo es un artificio, un laberinto de mentiras donde me extravío y me encuentro, y aun cuando pretendo creerle, siempre sé que miente. Porque nunca hay un buen mentiroso: el reflejo se traiciona en la leve desviación del gesto, en la duda que asoma en el parpadeo. ¿Quién es ese que me observa con ojos fatigados y un cansancio milenario? Soy yo y no lo soy.

TOC

El TOC, lejos de ser un simple desorden del pensamiento, es un enigma en el que la mente lucha contra sí misma. Los obsesivos compulsivos se ven atrapados en una dualidad: por un lado, intentan reprimir pensamientos y comportamientos que consideran irracionales; por otro, se ven forzados a repetirlos, en un ciclo que les resulta a la vez doloroso y, en cierto modo, ineludible.
El "síntoma en dos tiempos" se caracteriza por la ejecución de dos actos consecutivos con significados latentes opuestos. En el primer acto, el paciente busca evitar o neutralizar un impulso instintivo que considera inaceptable. Por ejemplo, puede lavarse las manos repetidamente para evitar el deseo sexual de masturbación o, alternativamente, retirar una piedra o un trozo de vidrio del camino como un acto de defensa contra un deseo sádico latente. Este primer acto responde a la necesidad de contener y reprimir un impulso que el sujeto experimenta como amenazante para su identidad moral o ética.
La ansiedad y la depresión, a menudo vistas como enemigos, comparten una relación de amor y odio. En ocasiones, se alimentan mutuamente, creando un ciclo en el que el dolor y la tristeza se convierten en mecanismos de defensa ante lo que la vida nos impone. Esta dualidad se extiende también al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), que orienta y conduce la totalidad del pensamiento y la conducta.
Comprender el TOC requiere también comprender nuestros recuerdos, sueños y fantasías, porque todo está vinculado. Solo tú conoces tu historia, solo tú sabes de dónde viene esa compulsión. La solución y el dominio del TOC reside en ti; es un proceso de autoconocimiento, de aceptación y de redirección. Hay un potencial inmenso en cada uno de nosotros, único, inédito y original, que aún está por descubrirse.
La obsesión compulsiva, en su forma más extrema, puede ser un reflejo de una necesidad profunda de control y significado. La acumulación de objetos, como los posavasos, se convierte en una metáfora de cómo tratamos de llenar los vacíos de incertidumbre y ansiedad. Sin embargo, al darle un propósito a lo que acumulamos, podemos transformar un comportamiento autodestructivo en una expresión de creatividad y valor personal.
El obsesivo compulsivo no busca convertir una ficción en realidad, sino afirmar sus ideas obsesivas, dándoles forma a través de rituales que, paradójicamente, perpetúan el ciclo del TOC.