El Trastorno Obsesivo Compulsivo no es una conducta moderna ni una rareza «psiquiátrica» exclusiva de nuestra era. Ha existido siempre, formando parte de la psicología de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Es tan antiguo como el pensamiento mismo, como la ansiedad y como el deseo de control que ha acompañado al ser humano desde su origen.
Sin embargo, en algún momento de la historia, olvidamos algo esencial: el TOC no se erradica, se domina.
La Obsesión: Un patrón humano inmutable
Desde el ascenso de las primeras civilizaciones, el pensamiento obsesivo ha estado presente. Los antiguos sacerdotes egipcios realizaban rituales repetitivos para asegurar el favor y apoyo de los dioses, los filósofos griegos analizaban hasta la extenuación conceptos abstractos, los místicos medievales repetían oraciones sin cesar para acallar dudas sacrílegas. ¿Acaso no es esto un reflejo de la mente obsesiva?
Lo que hoy llamamos TOC no es más que una manifestación de un mecanismo mental que siempre ha estado en nosotros. En el pasado, este patrón encontraba una salida en la religión, en la filosofía, en la creación artística o en la ciencia. Ahora, en una sociedad que exige inmediatez y rechaza la introspección, este mismo mecanismo parece haber perdido su propósito, convirtiéndose en un obstáculo en lugar de una herramienta.
El Error de intentar «eliminar» el TOC
Uno de los grandes errores en el tratamiento del TOC ha sido considerarlo un enemigo a eliminar. Como si fuera una «enfermedad» externa que debe ser suprimida. Pero, ¿Cómo eliminar algo que forma parte de la naturaleza humana? ¿Cómo pretender que un obsesivo deje de ser obsesivo sin arrebatarle su esencia obsesiva?
El TOC no se cura porque no es una enfermedad; el TOC es una forma particular de procesar la realidad. Un modo de estructurar el pensamiento, de ordenar el caos, de intentar encontrar sentido en lo incierto. No es un error de la mente, sino una variación en la forma en que la mente percibe y reacciona.
Por eso, la clave no está en eliminarlo, sino en dominarlo.
El dominio perdido
Antiguamente, la obsesión se canalizaba. El monje copiaba meticulosamente manuscritos sagrados, el alquimista buscaba sin descanso la piedra filosofal, el matemático dedicaba su vida a resolver un solo problema. No porque estuvieran enfermos, sino porque habían encontrado una forma de convertir su obsesión en un propósito.
Hoy, en cambio, la obsesión se convierte en un tormento sin dirección. Se queda atrapada en rituales sin sentido, en pensamientos repetitivos que no llevan a ninguna parte. No porque el TOC sea peor ahora que antes, sino porque hemos olvidado cómo usarlo a nuestro favor.
El problema no es tener una mente obsesiva, sino no saber qué hacer con ella.
Recuperando el control
Para dominar el TOC, debemos recordar lo que hemos olvidado:
El TOC no es un enemigo, es una parte de nuestra estructura mental.
La obsesión necesita dirección, si no la tiene, se convierte en sufrimiento.
No se trata de luchar contra la mente, sino de aprender a usarla a nuestro favor.
La obsesión puede ser una prisión o un motor. Puede consumirnos o impulsarnos. La diferencia radica en nuestra capacidad para dirigirla. Quien aprende a darle un propósito, quien canaliza su obsesión hacia algo productivo, deja de ser esclavo de su mente y recupera el dominio sobre sí mismo.
No busco ofrecer una cura imposible, sino recordar una verdad olvidada: el TOC ha estado aquí desde siempre y seguirá existiendo. No podemos hacer que desaparezca, pero sí podemos aprender a manejarlo. Y cuando lo hacemos, dejamos de ser víctimas de nuestra obsesión para convertirnos en sus dueños.
