Para qué necesitamos que algo esté perfecto. ¿Es para que alguien lo admire? ¿Para sentir que haces las cosas mejor que los demás? ¿Por qué tengo que preocuparme por todo? Estas preguntas han rondado mi mente desde niño, cuando ya experimentaba pensamientos obsesivos y realizaba actos compulsivos sin comprender completamente su origen. Hoy, tras más de 30 años estudiando y viviendo el TOC, he aprendido que esta condición no es una enfermedad en sí misma, sino una conducta inherente a la complejidad humana que, con la redirección adecuada, puede transformarse en una fuerza creativa y enriquecedora.
Desde el momento en que nacemos, somos bombardeados por lo desconocido. El llanto del recién nacido es la primera respuesta a la ansiedad que genera un entorno inexplorado. Así, la ansiedad se convierte en el origen de todo malestar mental, una fuerza que, a lo largo de la vida, moldea nuestra conducta. Cada experiencia, cada recuerdo, cada sueño y fantasía influyen en cómo reaccionamos ante el mundo, y el TOC es, en gran medida, la manifestación exagerada de esa respuesta emocional.
Nos enseñan que no debemos alterar el mundo, que debemos dejarlo como lo encontramos, pero ¿cómo podemos hacerlo cuando nuestro instinto nos impulsa a cambiarlo? El TOC nos confronta con este dilema: nos hace sentir la necesidad imperiosa de transformar nuestro entorno, ya sea quitando una piedra del camino por temor a un accidente o asegurándonos de que todo esté en perfecto orden. En este proceso, el obsesivo compulsivo se debate entre dos impulsos: por un lado, la compulsión de evitar el error y la catástrofe; por otro, el impulso de afirmar sus deseos reprimidos.
La obsesión compulsiva es, en esencia, una compasión exagerada. Es el intento del individuo de cuidar y proteger, de cambiar el entorno para que se ajuste a sus expectativas, en un esfuerzo por demostrar que puede hacer las cosas “mejor” que los demás. Nos enfrentamos a la realidad de que, al nacer, no venimos al mundo equipados con la certeza de cómo debemos actuar. Nuestras conductas se forjan a partir de la diversidad genética, de las circunstancias de nuestro nacimiento, de si venimos completos o incompletos, y de todos esos factores que modulan nuestra personalidad. En este sentido, no hay un “modelo perfecto” de ser humano, sino una infinita variedad de formas de vivir y de expresarnos.
El TOC, entonces, no es una enfermedad que se cura, sino una conducta que se adecua. No podemos abandonar el mundo tal y como lo encontramos, pero sí podemos transformarlo en función de la ley creadora de la vida. Cada elemento, incluso lo que parece insignificante o basura, puede tener un propósito si le damos un sentido. Recuerdo un viaje en el que, al acompañar mi comida con una cerveza, un posavasos humedecido capturó mi atención. Lo que para otros era un objeto desechable, para mí se convirtió en el inicio de una compulsión: acumular posavasos. La sociedad podría juzgarme, pero yo sabía que había algo más en ello. Esa experiencia me llevó a reflexionar sobre la necesidad de transformar la compulsión en algo útil, en algo que pudiera simbolizar mi viaje y mi crecimiento personal.
Comprender el TOC requiere también comprender nuestros recuerdos, sueños y fantasías, porque todo está vinculado. Solo tú conoces tu historia, solo tú sabes de dónde viene esa compulsión. La solución y el dominio del TOC reside en ti; es un proceso de autoconocimiento, de aceptación y de redirección. Hay un potencial inmenso en cada uno de nosotros, único, inédito y original, que aún está por descubrirse.
La clave está en reconocer que, aunque todos somos, en cierto grado, obsesivos, esa obsesión puede convertirse en un instrumento de transformación. En lugar de acumular sin propósito, en lugar de luchar contra lo que somos, podemos redirigir nuestra energía hacia lo que realmente nos hace felices. No se trata de erradicar el TOC, sino de aprender a vivir con él, a darle un fin, a transformarlo en una herramienta para construir una vida plena y auténtica.
En definitiva, el TOC no define tu valor. Eres único y cada uno de tus pasos, por pequeños que sean, te acerca a la libertad. Acepta tus obsesiones, cuestiona su poder, y sobre todo, dale un significado que te impulse a ser la mejor versión de ti mismo. Porque en la diversidad de nuestra mente se esconde la verdadera riqueza de la experiencia humana.
